A veces creo que sé donde están mis botones.
Vi a un amigo. Uno viejo, que tenía tiempo sin ver. Al que me había acostumbrado a ver todos los días, me acostumbré a su sentido del humor, a escuchar sus problemas, a reírme, a su risa. y luego ya no lo vi tanto como antes.
Y me dí cuenta de la primera cosa, mientras acomodaba una almohada debajo de mi pecho, y escuchaba como me contaba de un año en que le pregunté repetidas veces:
"¿Dónde estaba yo ese año?"
Las cosas cambian. En el espacio de tiempo que te toma buscar auséntemente la caja de los cigarros, sacar uno, llevarlo a tu boca, y encenderlo, te mueves a una nueva etapa. Si respiro muy lentamente a veces, en las noches, puedo escuchar el suave y estable rumor de la tierra girando. Un terremoto en algún lado, quizás alguien exhalando su ultimo aliento...
En el espacio de un año perdí una rutina, y gané una libertad. La libertad de elegir si deseo levantarme de la cama. Tonto de mí haber pensado que la tenía antes de esa fecha.
Esa rutina consistía en unas cuantas cosas, cosas que no percibí habían mellado en mí un corte irreparable, sino hasta cuando se acabaron, brúscamente.
Uno no siente cuando la tierra se mueve. Pero sin importar lo que hagas, lo que sientas, si mueres, si vives, ella lo hace, y no se detiene por nada.
Ese es mi infame amigo, llamado tiempo.
Cada mañana me despertaba, y medio inconsciente, me bañaba -a veces me quedaba dormida en la ducha, bajo el agua caliente-, me tomaba un café, me arreglaba, y mi mama me llevaba al colegio. Llegaba extremádamente temprano, puesto que, a pesar de que este es un pueblo pequeño, muchas personas viven en él, y es fácil dejar pasar 10 minutos y quedar atrapado sin esperanza en un tráfico que no va a ninguna parte. A veces me pregunto si no hay mas carros que gente aquí. Luego la parte lógica de mi cerebro me corrige con una pregunta que a veces me mantenía despierta de noche: ¿quién manejaría el número de carros que superarían a las personas? Y me pondría a imaginar.
Esperando sentada, en el frío, empezaban a llegar las personas, una a una. Observaba sentada a mis compañeros, llegar al mismo ritmo, diferente, pero todos con un pie todavía en la cama, y una media sonrisa porque ellos compartían mi rutina. Media mañana la pasaba en una nube borrosa, efecto residual de las pastillas para controlar la ansiedad que tomaba cada noche; ese sueño tan anhelado que nunca llegaba del todo, se colgaba a mí en la mañana como una venganza por producirlo artificialmente -diciembre, febrero y mayo fueron malos meses-. Esos días comería en el receso, o no, aprendería, me reiría, y las cosas todas estarían en su sitio. Esas cosas puestas ahí por alguien más, cosas que yo no sé para que sirven, o desde hace cuanto están ahí, pero que pasaron a formar una parte de mí tan grande que a veces me reprendo porque me siento tonta.
Y alrededor de las dos, mi mamá venia por mí. Me despedía de mis amigos, a los que se quedaban en el camino, los llevábamos. Y a esas horas ya hacía calor.
Llegaba a mi casa con la media sonrisa. Y tendría un día entero por delante. Saldría, o vería televisión, o haría tarea -esta ultima menos que más frecuéntemente-, y en la noche lucharía para dormir, o lloraría hasta caer en la inconsciencia de dos comprimidos a las 9 de la noche.
Algo, o alguien, me quito eso un día, y yo no supe que pasó. El flujo inevitable del tiempo, a él lo culpo diáriamente. Pero está bien supongo. Todos crecemos algún día.
Ahí me golpeó la segunda verdad. Cuando uno sigue un patrón, a aquellos siguiendo ese mismo patrón puedes llegar a amarlos. Y ese amor es uno simple, natural. Cuando te quitan ese patrón, te dan tantas responsabilidades, el peso del mundo cae sobre tus hombros. Y la más importante de todas es que esos amigos que amas, si los amas de verdad, tienes que trabajar por ellos. Nada es fácil a partir de ese momento.
Amigos que tuve, que ya no están. Y amigos que tuve, siguen ahí. A veces me pongo a recordar -y no hablo solamente de aquellos amigos que hice esos dos últimos años de bachillerato, al pasar por 3 colegios diferentes te acostumbras a las despedidas,- de esas promesas de 'no nos dejaremos de escribir', o 'me alegra tanto haberte conocido' que me hicieron. Algunas de esas estuvieron hasta hace poco guardadas en una caja de piel roja, debajo de mi cama. A veces la abría y releía todas esas palabras bonitas. En mi última limpieza las boté. Y ahora pienso en el significado de esa sola acción. De haber botado esas cartas que a veces, leyéndolas, me sacaban las lágrimas. En esa caja habitaban amigos, ex-parejas, personas. Gente. En esa caja había gente. Gente que significó algo en algún momento, y que irreparablemente, al revolver esos recuerdos en las tardes silenciosas que anteceden a las tormentas, esas personas vuelven a la vida.
Y si no estás en paz contigo mismo, algunas de ellas podrían golpearte.
Por eso aunque lamento no haberme dado cuenta de algunas cosas al tiempo -a cualquiera le gustaría adquirir la sabiduría de la experiencia, sin el dolor que a veces acarrea; esto, no es posible-, me puedo contar como alguien que todavía conserva las mejores cosas de el pasado. Hay personas que puedo ver hoy en día sin resentimiento, cuando antes guardaría en el fondo de mi misma el dolor de malas experiencias pasadas, y el peso de los errores. Pude entender con el tiempo que hay que estar alerta, porque en el espacio en que te toma encender un cigarrillo, te pueden arrancar de tu vida, y cuando mires atrás, y te preguntes '¿en qué momento pasó eso'? te vas a dar cuenta, y con amargura, si no lo entiendes, que tú fuiste complice en ese cambio, que lo aceptaste, y te molestarás porque te empujaron al vacío sin avisarte que tu paracaídas estaba roto. Y me encontré conque ahora me baño con agua fría, y ya puedo dormir de noche.
Y fueron 24 cigarrillos esa noche. Una brisa fría, la oscuridad de los recuerdos, el lamento de las almas que añoran, con sentimientos encontrados de no saber que contestar honestamente a la pregunta:
"¿Alguna vez deseas regresar al colegio?"
Y te encontrarías respirando profundo, mirando al vacío, y no hallando una forma mejor de poner en palabras lo que sientes, más que con un:
"No. A la gente".
viernes, 7 de septiembre de 2012
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)