miércoles, 23 de diciembre de 2009

A long long time ago...

Nudillos de nuevo contra la puerta. Ella estaba en su cama, vestida, esperando a su novio; planeaban estar juntos, y resolver algunos asuntos del colegio.

Y sin embargo los golpes le parecieron extrañamente familiares, a pesar de ser la primera vez que de él los oía. De las pocas veces que había ido, él usaba el timbre.

Ignorando aposta el porque, siguió de largo hacia la gran puerta marrón, en vez de asomarse por la ventana, y ver quien era; ya lo sabía. Sus pasos vacilaban. ¿En serio estaba tan dispuesta a verle de nuevo?

No, porque no era él; no podía ser él. Sus dedos ya temblaban cuando sujetó la llave, y casi no pudo descorrer el cerrojo. Y abrió la puerta.

Largos cabellos negros, cavilantes entre liso y ondulado fue la primera cosa que se dignó a ver. Una sudadera de Begemoth, un jean roto hasta las rodillas. Unos converse, le pareció raro, raras veces lo vio con converse, y su rostro. Pálido, nostálgico, como quien ve un fantasma del pasado, mirándole a los ojos. Contuvo su respiración. Por alguna razón, la reja estaba abierta. Seguramente su mamá olvidó cerrarla nuevamente.

Le vio sonreír suavemente, y sintió su corazón golpear su pecho fuertemente... después de todo, aun no le había dejado atrás.

Sus manos temblaban el doble. El estaba ahí, frente a ella, solo mirándole. Se veía tan frágil, tan débil; como si en cualquier momento fuera a romperse en 1000 pedazos. En cambio, una de sus manos se alzó, enredándose en su propio cabello; estaba nervioso.

Cavilante, pronunció las únicas 3 palabras que sintió capaces de sonar más allá de su mente.

-¿Qué haces aquí?

A pesar de la rudeza de las palabras, sonaron con dulzura, involuntariamente.

-Pensé que no querrías verme... Pero quería verte - lo incómodo era extraño entre ellos dos, pero en ese momento sintió que el aire podría cortarlo con una navaja.

Su cuerpo se movió contra su voluntad, apartándose. Su espalda golpeó la pared, pero ni siquiera lo sintió. Y él dio dos pasos (si, dos, pudo contarlos) y entró con lentitud y miedo, a la casa que conocía tan bien.

Con un suave movimiento ella cerró la puerta, no atreviéndose siquiera a pronunciar palabra, y él, a una distancia prudente, solo la miraba. La miraba como quien mira su más valiosa pertenencia, su cuaderno favorito, algo de mucho valor. Una mezcla entre tristeza, nostalgia y amor. Y ella nunca sabría cuando amor él le tenía, cuanto le había cuidado, y cuando daño le había hecho sin quererlo. Y cuanto lo lamentaba.

-¿Cómo estás? - preguntó. Él solo la miró. Se atrevió a avanzar más de lo que ella le permitía, y sus dedos se rozaron, recordando en ambos el chispazo que sentía cuando sus pieles se tocaban.

-Mejor... ahora mejor, creo - y ella no pudo evitar sonreír como bobalicona. Él dio un paso más, pero para alejarse. Se recostó de un mueble, quedando a menos de metro y medio y medio, frente a frente. Su respiración estaba agitada; demasiado.

Ella frotó sus ojos con las palmas de sus manos.

De nuevo lloraba.


viernes, 4 de diciembre de 2009

El atajo de la señora Todd.

"Pero lo que yo creo es que toda mujer desea en el fondo de su corazón ser una especie de diosa; y los hombres, captando de esa idea sólo un eco deformado, nos ponen en un pedestal. Sin embargo, lo que un hombre percibe no es lo que una mujer desea. Lo que una mujer desea es la libertad. La libertad de estar de pie, si le apetece, o de caminar... O de conducir. Eso es algo que los hombres no ven. Piensan que lo que una diosa quiere es tumbarse en una ladera de las colinas del Olimpo y comer fruta; pero eso no tiene nada de divino. Lo que una mujer quiere es lo mismo que quiere un hombre: una mujer quiere conducir."

El Olimpo será un arrobo para los ojos y para el corazón, y no falta quien lo anhele y, quizá, quién encuentre el camino que lleva derecho hasta él; pero yo conozco esta ciudad como la palma de mi mano,y ni por todos los atajos de todas las carreteras del mundo podría dejarlo jamás. En octubre, el cielo del lago, sin ser ningún arrobo, es bastante claro, pendes nubes blancas que se mueven lentas. Yo me siento aquí en el banco, y pienso en ella, y no forzosamente con el deseo de estar donde está, pero sí, a veces, echando de menos el gusto por el tabaco.

martes, 1 de diciembre de 2009

Careless Whisper



This man has something that really keeps me from falling. I don't know, maybe is the tattoo.