Y sin embargo los golpes le parecieron extrañamente familiares, a pesar de ser la primera vez que de él los oía. De las pocas veces que había ido, él usaba el timbre.
Ignorando aposta el porque, siguió de largo hacia la gran puerta marrón, en vez de asomarse por la ventana, y ver quien era; ya lo sabía. Sus pasos vacilaban. ¿En serio estaba tan dispuesta a verle de nuevo?
No, porque no era él; no podía ser él. Sus dedos ya temblaban cuando sujetó la llave, y casi no pudo descorrer el cerrojo. Y abrió la puerta.
Largos cabellos negros, cavilantes entre liso y ondulado fue la primera cosa que se dignó a ver. Una sudadera de Begemoth, un jean roto hasta las rodillas. Unos converse, le pareció raro, raras veces lo vio con converse, y su rostro. Pálido, nostálgico, como quien ve un fantasma del pasado, mirándole a los ojos. Contuvo su respiración. Por alguna razón, la reja estaba abierta. Seguramente su mamá olvidó cerrarla nuevamente.
Le vio sonreír suavemente, y sintió su corazón golpear su pecho fuertemente... después de todo, aun no le había dejado atrás.
Sus manos temblaban el doble. El estaba ahí, frente a ella, solo mirándole. Se veía tan frágil, tan débil; como si en cualquier momento fuera a romperse en 1000 pedazos. En cambio, una de sus manos se alzó, enredándose en su propio cabello; estaba nervioso.
Cavilante, pronunció las únicas 3 palabras que sintió capaces de sonar más allá de su mente.
-¿Qué haces aquí?
A pesar de la rudeza de las palabras, sonaron con dulzura, involuntariamente.
-Pensé que no querrías verme... Pero quería verte - lo incómodo era extraño entre ellos dos, pero en ese momento sintió que el aire podría cortarlo con una navaja.
Su cuerpo se movió contra su voluntad, apartándose. Su espalda golpeó la pared, pero ni siquiera lo sintió. Y él dio dos pasos (si, dos, pudo contarlos) y entró con lentitud y miedo, a la casa que conocía tan bien.
Con un suave movimiento ella cerró la puerta, no atreviéndose siquiera a pronunciar palabra, y él, a una distancia prudente, solo la miraba. La miraba como quien mira su más valiosa pertenencia, su cuaderno favorito, algo de mucho valor. Una mezcla entre tristeza, nostalgia y amor. Y ella nunca sabría cuando amor él le tenía, cuanto le había cuidado, y cuando daño le había hecho sin quererlo. Y cuanto lo lamentaba.
-¿Cómo estás? - preguntó. Él solo la miró. Se atrevió a avanzar más de lo que ella le permitía, y sus dedos se rozaron, recordando en ambos el chispazo que sentía cuando sus pieles se tocaban.
-Mejor... ahora mejor, creo - y ella no pudo evitar sonreír como bobalicona. Él dio un paso más, pero para alejarse. Se recostó de un mueble, quedando a menos de metro y medio y medio, frente a frente. Su respiración estaba agitada; demasiado.
Ella frotó sus ojos con las palmas de sus manos.
De nuevo lloraba.
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