lunes, 26 de abril de 2010

Still alive

Abrí mis ojos, aunque no tenía ganas de ver el día. Me bajé de la cama, sintiéndome pesada; no tenía ganas de bajarme de la cama. Caminé, me arregle, con la misma intransigencia de cada mañana, el mismo frío, la misma pesadez, aunque no tenia ganas de caminar, arreglarme con la misma intransigencia de cada mañana, sufrir el mismo frío, sentir la misma pesadez. Escuché a mi madre hablar de mis uñas, no tenía ganas de escucharla hablar de mis uñas. El recorrido, paulatino, la mañana, tan solitaria como siempre, el día, monótono, la noche, pacífica. Y de todo esto no tenía ganas.

Podía escuchar mi propio latido, podía sentir el sabor a almizcle de tus besos en mis labios, podía recordar lo cálidas que estaban tus manos, al contacto de las mías, siempre tan frías, y que ahora te buscan tanto, y yo ya no se que decirles. Pero no quería escucharlo, no quería sentir tus labios aún ahí, no quería recordar tus manos, no quería recordar. No tenía ganas tampoco de inventarme excusas a mi misma, para sentir que valgo algo más que lo que tu dejaste atrás, tras la promesa de tu felicidad, al lado de alguien que no era yo.

No esa noche.

Recosté la cabeza de nuevo en la almohada, mirando al techo. No tenía ganas de estar así, ni de seguir mirando al techo. Cerré mis ojos, aunque tampoco sentía ganas de contemplar el interior de mis párpados.

Esa noche mi corazón dejó de latir. Era la única cosa para la que si tenia ganas.

No hay comentarios: