jueves, 29 de abril de 2010

Dolor, dolor, dolor

El dolor es un fragmento no deseado de la felicidad. Sin saber definir que es la felicidad, podemos darle mil y un nombres, formas, tamaños, sentidos, colores, olores, estados al dolor. Nonos gusta, pero terminamos buscándolo, directa o indirectamente, nos rompemos en miles de piezas pequeñas, pisoteadas una y otra vez, y tropezamos con la misma piedra postrada en nuestro camino cíclicamente, como si nos probara, y la verdad es que jamás logramos pasar la prueba. ¿Por qué?

Yo, hablando yo, por mi misma, y por nadie más, es porque le tengo miedo al cambio. Si me doy cuenta de que algo cambia, me aterro. Por eso los cambios mayores que he hecho en mi vida, los he hecho si bien inconscientemente, o muerta de miedo. ¿Miedo a qué? Miedo al dolor, no. El dolor no es tan malo como parece, como cuando un niño pequeño entra a la cocina, y toca la hornilla caliente. El dolor queda grabado en su mano, y en su mente, y hace que le tenga miedo a la hornilla, y no cometerá el error de acercársele de nuevo. Eso es lo mágico de los niños, lo tienen todo al revés. Nosotros cometemos errores por miedo al dolor, ellos, por curiosidad. Simple y pura curiosidad, que los lleva a sentir dolor, a tenerle miedo al dolor. Nosotros creemos que nos la sabemos todas, y que no pasara de nuevo, pero no hacemos nada por cambiarlo, esperando pasivamente a que el error pase de largo, cerrando los ojos porque creemos que de esa manera no se percatara de nuestra presencia en el suelo. Hasta el fin de mi vida, un error tras otro, me llevan a una obra desastrosa, y la verdad es que los repetiría una y mil veces, si me aseguran que no sucederá de nuevo.

Algún día se acabara. Entretanto, vivir como si no hubiese mañana, me ayuda a bajarme de la cama todos los días sin maldecir el frío del piso, y la falta del sol en mi ventana.

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